Técnicas de redacción: de legibilidad y efectividad
Escribir, escribe cualquiera. ¿Pero quien quiere algo escrito por cualquiera? Esta frase me surgió un día en medio de una discusión sobre la conveniencia de contratar a alguien “solamente” para que escriba cuando esa tarea la puede hacer cualquier persona que “no tenga demasiadas faltas de ortografías”.
Y, por supuesto, que la repito cada vez que se presenta la ocasión. Porque sigue prevaleciendo, al menos en el ámbito empresarial argentino, la idea de que no vale la pena contratar a profesionales para que se encarguen de la producción de textos esenciales para la organización. Textos que van desde el sitio web, cartas, informes sobre balances y hasta los propios blogs empresariales.
Por supuesto que la publicidad propiamente dicha y los newsletter o house organ escaparían de esta tendencia ya que se trata de productos donde la elaboración de sus textos, por lo general (aunque no tanto), es confiada a un redactor profesional.
Ahora, volviendo a la frase del inicio, es cierto que cualquier persona aprende a escribir y a leer más o menos a los seis o siete años de edad; lo que no es tan cierto es que uno aprende a organizar su pensamiento cuando termina la secundaria.
Pero lo que sí es absolutamente verdadero es que quien sabe organizar sus pensamientos puede tener una redacción aceptable. Tiende a tener una prosa clara, entendible, legible… ¿Por qué será que eso no suele abundar?
Más allá de las posibles y variadas respuestas a esta pregunta, está claro que desde una perspectiva profesional, una buena redacción se logra a partir de respetar ciertas pautas de escritura. Éstas, si bien parecen surgidas del sentido común, son producto de profundos estudios de redacción cuyos autores muchas veces son ilustres desconocidos.
Un divulgador de estos precursores del buen escribir es Daniel Cassany , autor de “La cocina de la escritura”. Cassany menciona a algunos de ellos como es el caso de Herbert Spencer, Bartolomé Galí Claret y el dúo de escritores Strunk y White.
Todos ellos se ocuparon de analizar los criterios de alta y baja legibilidad en los textos. Considerando a la legibilidad como el grado de facilidad con que se puede leer, comprender y memorizar un texto escrito.
Precisamente del mencionado libro de Cassany extrajimos el siguiente cuadro que indica las características de un texto de legibilidad alta y un texto de legibilidad baja.
Por supuesto que no agota en sí mismo la discusión sobre los criterios de legibilidad. Pero es un buen punto de inicio para tener en cuenta las situaciones complejas por las que se atraviesan a la hora de elaborar un texto destinado a portar la identidad de la empresa u organización que lo produce.
Y, además, nos sirve para ese momento en que nos ponemos a escribir porque sí, porque queremos pero también porque ansiamos que lo que queremos decir esté expresado en forma clara, coherente, legible…
Algo que, por cierto, puede hacer cualquiera pero no de cualquier modo.
1 comentario
Buenísimo, gracias… yo sé que lo pusiste por mí 😉